Carta de los arquitectos Claudio Magrini y Maximiliano Santander.

Edificio atrapanieblas, Valparaíso. Dibujo asistido con IA. Autor: Maximiliano Santander
La reciente decisión adoptada en Estados Unidos de reclasificar la arquitectura, retirándola de la categoría de título profesional, ha generado un debate de fondo que no debiera ser subestimado. Más allá de lo administrativo, este cambio revela una problemática estructural: la creciente desconexión entre la formación arquitectónica tradicional y los desafíos contemporáneos del habitar.
Hoy enfrentamos condiciones inéditas: una crisis climática que altera los regímenes territoriales y ecológicos; un déficit habitacional que tensiona la cohesión social; transformaciones tecnológicas que modifican las capacidades profesionales; y una producción territorial cada vez más dependiente de sistemas de datos, modelación y automatización. Sin embargo, gran parte de las escuelas de arquitectura sigue operando bajo lógicas pedagógicas y epistemológicas propias del siglo XX.
Diversas instituciones internacionales —incluyendo la UNESCO, la UIA y organismos dedicados a la prospectiva urbana— coinciden en que la integración de tecnologías avanzadas es central para proyectar ciudades y territorios sostenibles. La inteligencia artificial, en particular, permite abrir líneas de investigación antes inalcanzables: análisis multiescala de cuencas y ecosistemas, estudios comparados de morfología urbana, reconstrucción historiográfica mediante grandes corpus digitales, simulaciones materiales y estructurales, y modelos predictivos que integran variables sociales, ambientales y económicas.
En este contexto, resulta pertinente considerar la creación en Chile de una nueva carrera de Arquitectura cuyo eje estructurante sea precisamente la inteligencia artificial y sus aplicaciones. No se trata de subordinar la disciplina a la tecnología, sino de renovar su aparato conceptual, metodológico y operativo para situarla a la altura de los desafíos globales. Una carrera así permitiría formar arquitectos capaces de trabajar con bases de datos territoriales masivas, de comprender ecosistemas complejos, de experimentar con nuevas materialidades y lenguajes formales, y de incidir, con rigurosidad científica, en políticas públicas y proyectos de impacto real.
La arquitectura no está en crisis por falta de talento, sino por falta de actualización institucional. Si Chile aspira a liderar transformaciones en vivienda, ciudad y territorio, es imprescindible que sus universidades repiensen la formación arquitectónica desde una perspectiva contemporánea, interdisciplinaria y tecnológicamente robusta.
La IA no es un complemento: es el marco desde el cual será posible reconstruir la relevancia social y científica de la arquitectura en el siglo XXI.
