Imagen portada: Miguel Campos. El texto es un extracto de columna publicada en El Mercurio de Valparaíso, 11 de mayo de 2025
El barrio puerto dejó de existir. No por el estallido, algún alcalde o gobierno en particular. Sino por el desacople gradual de la actividad portuaria y el tejido urbano. El Banco Alemán, las ferreterías navales o el Emporio Echáurren, fueron actividades diurnas de salida, mientras que la bohemia y luego los centros de eventos se tomarían la noche.
El desacople puerto ciudad es un fenómeno conocido. En Marsella la decadencia material y social que partió en el barrio La Joliette afectó el centro de la ciudad hasta entrados los noventa. Los edificios colapsaban y la droga flagelaba el Mediterráneo francés. Un alcalde lideró la recuperación. La historia se puede ver en Netflix.
Ejemplos hay decenas. El punto es hasta donde resiste la obsolescencia urbana. Cuantas cosas tienen que pasar para hacer lo correcto. El incendio en La Matriz no es una tragedia más. Es la muerte de un bastión de resistencia frente a la precariedad, el olvido, la pestilencia y dignidad de un sector de la sociedad sin posibilidades más que refugiarse en una estructura sanitariamente expuesta, en condiciones cercanas a lo infra humano, proyectando esta lucha porfiada, entre patrimonial y rebelde (mientras no aparezca un royalty portuario, aquí nos quedamos y aquí moriremos).
Barrio puerto. Conflicto semántico en relación a todos los atributos y valores paisajísticos excepcionales de un territorio confundido en su nombre, entre vocación histórica y realidad: la globalización, la automatización, la flexibilidad laboral, la logística portuaria y un gran etcétera, impiden que una sociedad ya abandonada como la porteña, pueda visionar una salida, a pesar de contar con una declaratoria UNESCO como “ejemplo de globalización temprana”.
Una autoridad local sin un sueño, una imagen clara sobre lo mejor para su ciudad, no sabrá cómo perseguir ese objetivo. Un royalty no tiene forma, no alimenta un debate urbano. Una discusión sobre redistribución de recursos es tan plausible como abstracta. El “mal vivir” que padecen los pocos habitantes del condenado barrio, los locatarios, la historia de sus esplendoroso pasado y el potencial enorme que tiene el sector ameritan atacar el problema atenazando al puerto y no al poder legislativo, para evitar que el puerto atenace a la ciudad.
El 2023 el puerto consideró modelar su actividad proyectando espacios públicos frente al mar. Se agradece. Lo que no ocurrió es la definición de un plan de recuperación económica asociado a un borde costero más poroso, con lineamientos para agenciar apoyos de grupos de interés; con números e imágenes del qué y cómo terminar con esta necrosis urbana, en base a una nueva economía urbana con actividades beneficiadas por cambios en los flujos de personas producto de la resolución en la disputa espacial entre la ciudad y el puerto.
La nueva relación del puerto y su “barrio” debe priorizar necesidades y vocaciones de cada uno. Ya no existen los barrios puerto. Chancay no tiene uno.